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17. Carlos III el Noble (1361-1387-1425)

Tercer rey de Navarra de la Casa de Evreux, tras su abuela Juana II y su padre Carlos II

Nacido en el castillo de Mantes en 1361, a orillas del río Sena casi a medio camino entre París y la cabeza del condado de Evreux en Normandía, esta plaza fuerte era frontera estratégica entre Normandía y los territorios del rey de Francia (“domaine royale”). El heredero Carlos se había criado al principio en el castillo de Melun bajo los cuidados de su madre Jeanne de Valois y luego bajo los de su tía Blanca, hermana de su padre Carlos II y viuda del rey Philippe VI, primer rey francés de la dinastía capeta de los Valois (1). Fue coronado en la catedral de Pamplona en 1390, asistiendo Pedro de Luna como legado del primer antipapa de Avignon, Clemente VII. Muere el Rey el 7 de septiembre de 1425, tras un largo reinado de 38 años de grata memoria y en paz con todos sus vecinos.

La confusión en su padre Carlos II, entre sus legítimas ambiciones personales y dinásticas en Francia y los verdaderos intereses exteriores de su reino navarro, habría despertado en sus sucesores un gran sentido de prudencia a la hora de plantearse el peso político de Navarra ante sus vecinos en el norte y en el sur, ambos cada vez más poderosos.

1  el ducado de Nemours 2  Carlos III mediador en las guerras     civiles de Francia 3  un giro hacia lo español
4  un soberano pre-renacentista 5  Navarra en el “Cisma de Occidente” 6  el entramado familiar


1 el ducado de Nemours

Del mismo modo que Navarra había encontrado en Francia alianzas dinásticas que le ofrecían protección y amparo cuando se sintió acosada por los reinos de Aragón y sobre todo de Castilla, desde la muerte de Sancho el Mayor el año 1035, Carlos III pudo pensar, a la vista de la frustada experiencia de su padre en Francia, que convenía ahora a Navarra reforzar sus alianzas con los reinos peninsulares, Castilla-León y Aragón. En Francia se iba debilitando progresivamente el poder de la nobleza en favor de una corona cada vez más poderosa y que se mostraba hostil a Navarra por haber ayudado Carlos II a los ingleses en la guerra de los Cien Años. Una guerra que todavía tardaría en acabar (1337-1453).

Carlos III, francés de nacimiento y de educación, cesa las reclamaciones dinásticas de su padre al trono de Francia y no insiste en recuperar los territorios en litigio en Francia, bastándole una compensacion económica en algunas de las reclamaciones patrimoniales pendientes. Casa con la castellana Leonor de Trastamara, según proponía el arbitraje de Gregorio IX para llegar a una paz con los Trastamara de Castilla.

Al tomar Carlos III la corona de Navarra en el año 1387, la situación en Francia era tranquila. Desde 1380 el rey de Francia es Charles VI que había casado hacía poco tiempo con la princesa alemana Isabeau de Baviera y que no había tomado todavía realmente el poder ya que sus tíos - "los duques" - lo ejercían desde un Consejo de Regencia. Hasta el año 1415 en que se reanuda la guerra de los Cien Años con la batalla de Azincourt, el conflicto entre Francia e Inglaterra se daba entonces por terminado desde los éxitos de Charles V “le Sage” (+ 1380). En esa situación de paz en Francia, Carlos III el Noble encuentra un ambiente propicio para negociar una solución definitiva a la situación de sus feudos en Francia, con tranquilidad y sin riesgo de ser visto con recelo por los franceses como monarca de un reino, antiguo aliado de los ingleses.

A la muerte de Carlos II quedaban muchos problemas sin resolver. Las posesiones de los condes de Evreux - fortalezas del valle del Sena, los condados de Evreux, Mortain y Cotentin - habían quedado confiscados y no se habían restituído a Carlos II a pesar de las treguas y paces de 1381. Los ingleses seguían todavía presentes en Cherburgo, fortaleza principal y estratégica de los reyes de Navarra en la costa normanda frente a Inglaterra, y se hacía necesario negociar su salida.

Tras numerosas embajadas y negociaciones, el puerto del Cotentin vuelve en 1393 a la posesión del rey de Navarra y conde de Evreux. En cambio, los campos normandos con sus grandes fortalezas y el valle estratégico del río Sena no parecieron interesar demasiado a Carlos III. En 1397 Carlos III va a Francia a negociar con su primo hermano Charles VI, pero debe volver pronto a Navarra ya que el rey francés se encuentra en uno de sus frecuentes lapsos de demencia. Volverá a París en 1403, aprovechando un período de lucidez.

El Rey aceptó ceder en favor del rey francés sus derechos al condado de Champagne y los de Evreux, Arranchez y otras villas de Normandía para su incorporación al dominio de la Corona, recibiendo a cambio en el convenio de 9 junio de 1404 el ducado de Nemours con el título de “par de Francia”. El nuevo ducado comprendía las villas y castellanías de Beaufort en Champagne, Solens, Coulommiers en Brie, Lorrez-le-Bocage, Nemours, Château-Landon y otras por las que percibiría 12.000 libras tornesas de rentas y una bonita suma de dinero: 200.000 libras por la compra de la villa y castellanía de Cherburgo. Carlos III también recibe las rentas de Provins como garantía del precio que se le debía por la venta de Cherburgo. Carlos III vende luego este aval al duque de Orléans y en 1405 renuncia a sus derechos sobre los condados de Champagme y de Brie que pertenecían a la corona navarra desde 1234, año en que muere Sancho VII el Fuerte y llega al trono navarro Teobaldo I de Champaña.

Desde este año de 1404, Carlos III dejará de utilizar el título de conde de Evreux. Volvió a Navarra en 1406. Poco después muere su sobrino Enrique III de Castilla (1406) y comienza en Francia la guerra de los “armagnacs” y “borgoñones” (1407), en la que los contendientes solicitan a Carlos III un arbitraje .

 

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2 Carlos III mediador en las guerras civiles de Francia

 En esas fechas (1404-1406), había valido más jugar un papel en la corte de Francia como duque y par de Francia que sufrir el riesgo de un seguro fracaso armado en Mantes, Evreux o Cherburgo. Así pudo el Rey jugar más tarde un papel de diplomacia y neutralidad en la guerra civil de “armagnacs” y “borgoñones” en Francia, que complació a todos y a nadie y no obtuvo ventajas.

Esta guerra suscitó pasiones en Francia y se llegó a extremos increíbles de crueldad y despiadadas matanzas. El rey inglés Henry V, muy necesitado de aventuras en el exterior para distraer la atención de los serios problemas que tenía en su país, se aprovechó de estas diferencias entre banderías francesas, se alió con los “borgoñones” y con la reina Isabeau de Baviera, consiguió hacerse nombrar por el propio rey francés heredero de la corona de Francia y encendió otra vez la guerra de los Cien Años que se creía terminada.

Anteriormente a esta guerra civil francesa, los tres duques (Anjou, Borgoña y Berry), hermanos de la madre de Carlos III - Jeanne de Valois -, habían asegurado la regencia durante la minoría de edad de su sobrino el rey Charles VI, pero cuando éste decide tomar las riendas del poder a los 20 años (1388), tuvieron que asumirlo, pero nunca lo aceptaron verdaderamente. Tan pronto como comienzan los ataques de demencia del Rey, las disputas por el poder entre los duques van a ser sangrientas. Carlos III el Noble sería probablemente visto por las dos facciones como un buen mediador pues mantenía idéntica relación de parentesco con los líderes de ambas. Interesa saber más sobre esta guerra civil para seguir los acontecimientos de la guerra de los Cien Años en Francia. La mediación de Carlos III era meritoria pero, dada la gravedad extrema del conflicto, no obtuvo resultados positivos.

Fue probablemente en ocasión de esta mediación cuando se habría acordado el casamiento de su hija, la infanta navarra Isabel, con Jean IV conde de Armagnac. Jean era hijo del conde Bernard VII (2) que lideró desde el principio (1407) la causa de los “armagnacs” en favor del duque Charles de Orléans tras el asesinato de su padre Louis de Orléans. Bernard VII sería a su vez asesinado en junio de 1418 teniendo entonces los “armagnacs” el control de París y en esa época aparece en las crónicas el conde Jean de Armagnac nombrado Condestable de París. Es éste el futuro yerno de Carlos III. La boda con la infanta Isabel tiene lugar en Tudela el 10 de mayo de 1419 cuatro meses antes de que los “armagnacs” asesinaran al duque de Borgoña, Juan sin Miedo, el líder de los “borgoñones”.

Los acontecimientos que siguieron no dieron sin embargo satisfacción a Carlos III por esta alianza con los condes de Armagnac. Finalmente serían los enemigos “borgoñones” de su consuegro Bernard los que, con la complicidad de la reina Isabeau de Baviera y los ingleses, conseguirían que el rey Charles VI desheredara al Delfín - el que era apoyado por los “armagnacs” - nombrando como heredero de la corona de Francia al propio rey Henry V de Inglaterra.

Este acercamiento de Carlos III a Francia para mediar en un asunto tan complicado y que había generado tanta violencia, puede recordar en cierto modo a los manejos “a tres bandas” tan característicos de su padre Carlos II de Navarra Evreux, pero sería el último que protagonizara Carlos III.

 

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3 un giro hacia lo español

Zanjados los asuntos pendientes en Francia, la posición estratégica de Navarra y el matrimonio con una castellana de la nueva dinastía Trastamara, obligaban al Rey a desplegar una actividad diplomática en España. El tiempo de guerras experimentado por su padre debía darse por clausurado.

Renuncia Carlos III a cualquier iniciativa que no fuese asumida conjuntamente por los otros monarcas hispanos, Juan I, Enrique III o Juan II de Castilla; Martin I, Fernando I o Alfonso V de Aragón, que eran todos próximos parientes de su esposa Leonor. Pero es sobre todo una verdadera voluntad de amistad con Castilla lo que realmente marca la política de Carlos III. Y en todos estos contactos, negociaciones y acuerdos, Carlos III se mostrará leal, conciliador y acabará con el ambiente de recelos y de fidelidades ambiguas que tanto había practicado su padre Carlos II. Navarra no tenía otra iniciativa que la conservacion de la paz. Y Carlos III supo en ello prestigiar la corona de Navarra.

Carlos III cesa también las luchas contra sus primos los Valois que detentan la corona de Francia. Cultiva su amistad y cercano parentesco e incluso actua de mediador en los conflictos entre ellos como se ha visto en la guerra de “los armagnacs”. Pero a pesar de ello, mantendría no obstante la alianza de la corona navarra con Inglaterra. Su hermana Juana (1370-1437) fué la esposa del duque de Bretaña, Juan V de Monfort, amigo de todos los aliados de Inglaterra. Viuda a finales del siglo XIV, volvería a casar en 1402 con el rey de Inglaterra Henry IV de Lancaster, que acababa de derrocar a Richard II.

Desde la paz de 1379 en tiempos de su padre, Carlos III se había adherido abiertamente a las causas de los Trastamara en España y supo ser su aliado. Tras su liberación de París en 1382, en la que había mediado su cuñado Juan I de Castilla, el infante Carlos vino con su esposa Leonor a la corte de Castilla. En adelante no faltaría el respaldo navarro a los Trastamara en los diversos teatros de operaciones de la Península. De 1383 a 1385 el príncipe Carlos representó a su padre Carlos II, a la cabeza de un contingente navarro unido a los ejércitos de Juan I de Castilla que invadieron Portugal, cuando se eclipsaba la dinastía de Borgoña y presentaba éste sus reivindicaciones en nombre de su joven segunda esposa Beatriz de Portugal. Estando el Príncipe en Peñafiel, muere su padre Carlos II el 1 de enero de 1387 y vuelve a Navarra. Dos años después abre negociaciones con su cuñado Juan I de Castilla llegándose a los buenos acuerdos de El Espinar que mejoraban considerablemente el odioso tratado impuesto a su padre por los castellanos en Briones, acuerdos que devolvían a Navarra su importancia e independencia.

Fué necesario igualmente optar por una posición clara frente a la Corona de Aragón. La infanta María de Navarra, hermana mayor de Carlos II, había sido la joven primera esposa de Pedro IV el Ceremonioso de Aragón en 1340. Pero Carlos II se había dejado arrastrar por Pedro I el Cruel de Castilla contra el Ceremonioso durante la “guerra de los dos Pedros” en la cual no había obtenido ninguna gloria, habiendo en cambio perdido en ese conflicto algunos castillos fronterizos. Pero las relaciones entre Tudela y Zaragoza eran tan naturales y continuadas y la nobleza de ambos reinos estaba tan entrelazada desde antiguo - así como los burgueses y los judíos - que el acuerdo diplomático con aquella gran Corona era una necesidad para la buena marcha de Navarra. Carlos II se había reconciliado con el soberano aragonés y Carlos III mantendría y ampliaría aquella alianza. Así se explica el matrimonio de su hermana la infanta María de Navarra con Alfonso conde de Denia hijo del duque de Gandía y Ribagorza y marqués de Villena. Y de ahí también la amistad con Pedro de Luna, convertido luego en el antipapa Benedicto XIII de Avignon y Peñíscola.

 

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4 un soberano pre-renacentista

El temperamento del Rey se inclinaba más a la concordia y a la condescendencia, contrariamente al de su padre. Culto e ilustrado, era conocido por no faltar a su palabra o a sus compromisos escritos. Su gusto por la lectura y las artes era innegable. Olite constituyó un centro poético en Europa y se intuye la silueta de un príncipe prerrenacentista.

 

castillo-palacio de Olite

En sus largas estancias en París y sus contínuas embajadas a Francia, Inglaterra o Avignon, aprovechó el Rey para ponerse al día de modas y costumbres, entrando en contacto con hombres de la cultura, arte y ciencia de la época. Hizo venir a numerosos artistas y artesanos extranjeros a Navarra: tapiceros, iluminadores de libros, orfebres, plateros, escultores, maestros de obras, ebanistas, relojeros, bordadores, organeros, fabricantes de armaduras, entre otros. La influencia de Francia proseguía en Navarra con intensidad muy superior a la que pudo experimentarse en Castilla, incluso en Aragón. En sus viajes a Francia se hacía acompañar por numerosos nobles navarros, lo que debía de ser una experiencia enriquecedora para éstos y que redundaría en aportes europeos a Navarra (3).

El Rey se interesó por las armas y por los libros, coleccionó arte, joyas, tapices, relojes y ornamentos. El parque zoológico de Olite fue probablemente notable. Se paseó por Europa y negoció, conversó, bailó, derrochó y disfrutó de la vida cortesana, la familia y la amistad. Se rodeó de personas exquisitas, de hombres cultos, de artistas, de grandes escultores y arquitectos, de toda la mejor nobleza de su tiempo y a todo ello dotó de ornato, color y esplendor. Entre sus obras cuenta una renovacion espectacular del palacio de Olite. El palacio gótico de Olite deslumbra entonces por su refinamiento, ciertamente más cerca del lujo borgoñón que de la austeridad castellana, aunque seguramente un tanto ajeno a las costumbres ancestrales y menos refinadas de Navarra.

Construye también otro palacio muy cerca, en Tafalla (4), del que nada nos ha quedado. Enriqueció también el palacio que dominaba Tudela dotándole de galerías y miradores.

Al hundirse las bóvedas románicas de la catedral de Pamplona (1390), ordena el Rey en 1394 emprender una reconstrucción gótica. El escultor Jehan Lome de Tournai trabaja activamente hasta su muerte en 1449 dejando en Navarra numerosas tallas de magníficas sepulturas en mausoleos reales - entre ellas la de Carlos III y la reina Leonor en la catedral de Pamplona - del nivel de calidad de las de Borgoña o las de Saint-Denis (5). Carlos III reconstruye también la iglesia de Laguardia. Hizo traer al Reyno el preciosísimo códice miniado donde se explica e ilustra el procedimiento de la coronacion de los reyes de Inglaterra, un tesoro histórico todavía conservado hoy día en Pamplona.

Carlos III tenía las divisas : “A Bonne Foy” y la hoja de castaño que inscribe en los collares que distribuye. Una guirnalda de hojas de castaño a veces rodeaba también las armas del Rey. En 1398 crea la orden del “Lebrel Blanco” cuya divisa venía usándose en los sellos secretos de Carlos II.

Del mismo modo que la política, la lengua va experimentando un acercamiento peninsular. La lengua practicada en la corte era el romance navarro en su versión occitana del sur de Francia. El último testamento de Carlos III el Noble (de 1412) permite un estudio lingüístico de un texto navarro. Está escrito en una época en que la lengua romance autóctona de Navarra está claramente desarrollada y expresamente considerada lengua oficial del reyno. Y procede de la Cancillería Real, organismo de importancia decisiva para la fijacion lingüística en todos los reinos medievales. La lengua usada en el testamento ofrece mucha más relación con el aragonés que con otros romances peninsulares. Pero también se observa una evidente castellanización. El aragonés está todavía bien diferenciado del romance castellano, pero se encuentra ya muy influído por éste en aspectos fonéticos y gramaticales concretos. Las posibles influencias o préstamos ultrapirenaicos no alcanzan relieve específico, por lo que parece que la influencia del romance “occitano” había ido disminuyendo desde el reinado de Carlos II.

Pero la silueta prerrenacentista del Rey no era únicamente cultural o humanista. Su preocupacion fue tener un gobierno justo y eficaz con escrupuloso respecto por las instituciones del Reyno. Se mostró liberal con moros y judíos y tuvo claro como debía ser un reino próspero. Se trataba de reorganizar la administración, sanear las cuentas y consolidar una auténtica corte con la infraestructura suntuaria adecuada, el entorno aristocrático deseable y la pujanza necesaria para hacerse presente en los foros europeos apropiados.

Carlos III comprendió que la responsabilidad de la corona en los tiempos que venían en el siglo XV no era únicamente dinástica y ya no era suficiente con administrar justicia, llevar la responsabilidad de la guerra, asentar poblaciones o recaudar impuestos. No podía ya dejarse únicamente en manos de la Iglesia administrar los servicios civiles en favor del pueblo. Comprendió que el ser rey debía irse convirtiendo en un “oficio”. Había que ser “justo” y ser “sabio”. Y para tener sabiduría, había que ser lo más “culto” posible. Y hacía falta aplicar la sabiduría con “prudencia”. Y tenía que dar “prosperidad” al reino. Así construyó el sistema de ruta entre Pamplona y San Sebastián-Fuenterrabía para hacerlo transitable en invierno.

Promulgó en septiembre de 1423 el “Privilegio de la Union” que puso fin a la division municipal de los burgos de Pamplona.

Debía ser el rey un “experto” capaz de afrontar los problemas políticos, económicos y sociales. Esto se va pareciendo al “estado moderno” en que poco a poco irían transformándose las monarquías occidentales. Además, había que dar “testimonio fehaciente” de todo su esplendor y majestad. Había que fomentar los “signos externos” de la realeza: lujo, boato y magnificencia. El “palacio” debía ser un espectáculo permanente (6).

En ese afán se explica también la concesión de nuevos títulos nobiliarios a los grandes del reino, a los bastardos de la familia: el barón de Beorlegui a Jean de Bearn, capitán del castillo de Lourdes, marido de una Beaumont. El conde de Cortes - Godofre de Navarra -; el vizconde de Muruzábal y Valdizarbe - Leonel de Navarra -, el conde de Lerín a su hija Juana casada con Luis de Beaumont; el vizcondado de Valderro concedido el 15 de mayo de 1408 a Mosen Beltrán de Ezpeleta y Garro; el vizcondado de Zolina concedido en 1418 a Juan de Garro; el vizcondado de Echauz en la Baja Navarra; el vizcondado de Merin concedido en 1424 a Beltrán de Armendáriz, también en la Baja Navarra de las tierras de Ultrapuertos.

Y no olvidar 38 años de paz interior y exterior. Pero el precio de la paz exterior, de la solución de los problemas familiares y del cisma de la Iglesia, de las cuentas pendientes y demás necesidades, había requerido una intensa y costosa actividad diplomática en todas las cortes europeas: París, Londres, Avignon, Roma, Valladolid, Zaragoza, más una larga lista de pequeñas “cortes” señoriales más cercanas al otro lado del Pirineo. El soberano tuvo que sostener costosas embajadas, parientes muy caros, bodas gravosas, una coronación desdoblada, construcciones desbordantes (varios palacios, la catedral de Pamplona) y varios desplazamientos europeos. Con este panorama, si bien el Reyno estaba en paz y sosiego, las arcas del tesoro seguían en un estado ruinoso. Había que recurrir a nuevos procedimientos (una fiscalidad más moderna), incluso alterar el valor de la modena (quebrantos) y el auge de impuestos indirectos sobre mercancías.

 

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5 Navarra en el “Cisma de Occidente”

El problema de la Iglesia - el Cisma de Occidente - es consecuencia de una larga crisis pontificia. Estaba planteado desde tiempos de Carlos II (1378) y fue manejado luego por Carlos III con suma cautela y atendiendo la cuestión de la división de la Iglesia de acuerdo con los intereses políticos de Navarra.

En 1378 se eligen dos papas, el napolitano Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari, que toma el nombre de Urbano VI (1318-1378-1389) y es rechazado por los franceses por ser italiano y el antipapa cardenal Roberto de Ginebra que toma el nombre de Clemente VII (1342-1378-1394) con residencia en Avignon. Es el “Cisma de Occidente”.

Si desde el principio Charles V de Francia se pone en la obediencia de Avignon, del que es el principal sostenedor, Carlos II de Navarra seguirá la obediencia opuesta, aunque no lo hará oficial. La Castilla de Trastamara es la aliada de Francia y sigue también la obediencia de Avignon. Carlos III, siguiendo la nueva política peninsular escoge la opción castellana y obedecerá a los papas de Avignon dejando a Urbano de Roma. No obstante no será hasta 1390 cuando haga una declaración oficial en favor del “clementismo”de Avignon.

La castellanía de San Juan de Pié de Puerto - en las tierras de Ultrapuertos - se convertirá en la sede de tres obispos de Bayona de obediencia de Avignon (7), mientras que la catedral de Bayona será la sede del obispo de obediencia de Roma.

El reyno de Aragón, que había apoyado a Urbano VI - aunque el rey Pedro IV el Ceremonioso opta más bien por una situación de neutralidad -, se inclinó luego en favor del “clementismo” a partir de la elección del aragonés Benedicto XIII en 1394. Tras la muerte de Juan I “el Cazador”, su hermano Martín I “el Humano” - pariente del pontífice de Avignon - será un defensor incondicional de Benedicto XIII, “el papa Luna”. Pero cuando en 1394 se elige papa en Avignon a este cardenal aragonés, Francia no se interesa por un papa español y se aleja del “clementismo”. Es entonces Navarra la gran defensora de Avignon. Hasta el punto de que encontrándose Benedicto XIII abandonado de todos y asediado en el Palacio de los Papas está allí con él el obispo de Pamplona Martín de Zalba y un grupo de navarros, transformados en soldados, resistiendo los asedios.

El 13 de diciembre de 1398 el clero castellano se reune en Alcalá de Henares y hace pública la sustracción de obediencia al papa de Avignon. Un mes después, el 14 de enero de 1399, lo hacía Navarra aunque no tuvo realmente efecto. Cuando a comienzos del siglo XV se está preparando tanto en Francia como en Castilla y Aragón la “restitución”, la vuelta a la obediencia a Benedicto XIII, éste - por sorpresa, en la noche del 11 al 12 de marzo de 1403 - huye de Avignon. Era ya un anciano de 75 años aunque lleno de vitalidad y con la cabeza muy clara.

El Concilio de Constanza (1417) pondrá fin a esta situación mediante la elección de Martín V (1417-1429) que consiguió devolver la unidad a la Iglesia. El Cisma se resolverá finalmente con la sustracción de la obediencia de Carlos III el Noble al pontífice de Avignon tras una activa y eficaz participación en el Concilio de Constanza en 1416 en donde se elige papa a Martín V. Para entonces, el soberano navarro ya había dado un primer paso en calidad de duque de Nemours y vasallo de Francia, apoyando al papa romano en 1409. En 1417 asistió al Concilio de Constanza el obispo de Bayona enviado por el rey de Navarra a la elección de pontífice.

 

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6 el entramado familiar

Las alianzas matrimoniales fueron importantes para llevar a cabo la política exterior del Rey que se orientaba a mantener el equilibrio entre los reinos vecinos. Se trataba en primer lugar de emparentar y crear lazos de amistad y fidelidad hasta con las más conflictivas casas condales de Francia - los Armagnacs - o con las casas reales peninsulares.

Durante el reinado de Carlos III el Noble (1387-1425) - desde la llegada al poder de los Trastamara en Castilla por el fratricidio de Montiel en 1369 - lo más sobresaliente en los estados ibéricos era la cuestión de las sucesiones dinásticas defendidas con “luchas de influencia”, incluso guerras civiles que tuvieron repercusiones internacionales en las que el rey de Navarra se encontró a menudo en posición mediadora.

La guerra en Castilla entre los hermanos consanguíneos Pedro I el Cruel y Enrique de Trastamara, que se salda con la muerte de aquél en 1369, había provocado en Castilla una “revolución nobilaria”con la eliminación y sustitución de la vieja nobleza por nuevos linajes. A partir de entonces comienza una carrera desenfrenada por acumular honores, cargos, patrimonios territoriales y el disfrute de importantes rentas reales. La pequeña nobleza local - como fue el origen de los Trastamara - puede alcanzar mayores reconocimientos de ascenso nobiliario si consigue una mayor cercanía al rey. Los cargos públicos se ejercitan en provecho propio. La alta nobleza castellana, la nobleza “nacional” o los “grandes”, ricoshombres, podían mantener ejército propio - simbolizado por el pendón - con obligación de mantenerlo. Eran los señores de “pendón y caldera”. De tal modo llegó esta nobleza a controlar los resortes del poder en Castilla en la primera mitad del siglo XV que las rivalidades de los linajes hicieron casi imposible que los reyes ejercieran autoridad. Y por ello cualquier cambio dinástico, cualquier regencia por minoría de edad era causa de importantes altibajos en los influjos y status de las familias de la nobleza.

Este es el ambiente en Castilla que le va tocar vivir a Carlos III desde Navarra.

Su padre Carlos II hubo de consentir el arbitraje del pontífice Gregorio XI cuando intervino para resolver varios conflictos territoriales entre Castilla y Navarra al término de la disputa fratricida entre Pedro el Cruel y Enrique de Trastamara. Con la muerte de aquél, a quien apoyaba Carlos II en las guerras fratricidas, Enrique II consolida su rama bastarda en el trono de Castilla. El Papa propone para sellar el conflicto el matrimonio de la princesa Leonor de Castilla, hija de Enrique II de Trastamara, con el primogénito, el príncipe Carlos de Navarra, el futuro Carlos III el Noble. Un año después se celebran los esponsales en Briones y luego el matrimonio en 1375 en Soria.

El príncipe Carlos, nacido en 1361 y educado en Francia, viene a Navarra en el año 1381, dos años después de acordarse la paz definitiva con Castilla y seis años después de su matrimonio con Leonor de Trastamara, que hasta entonces no había sido consumado. En el período 1382-1386 los príncipes herederos tienen cuatro hijas, residiendo ya en Olite:

 

Juana (nace 1382)    María (1383)    Blanca (1385)    Beatriz (1386)

Transcurrirán 10 años desde el nacimiento de Beatriz para que Carlos y Leonor - ya entonces reyes desde la muerte de Carlos II en 1387 - tengan a sus hijos:

Isabel (i)    Isabel (ii) (1396)    Carlos (1397)    Luis (1398)    Margarita (1402)

Carlos III tuvo también “ hijos ilegítimos ” de los que se registran:

Juana(i)    Johanna ( ii)    Lancelot (1386)    Godofre (1384)    Frances     Pascual

La reina Leonor se había ausentado del Reyno, volviendo a Castilla probablemente en febrero de 1388. ¿Por desavenencias conyugales que le hacen caer en una profunda melancolía?, ¿por celos de las concubinas del Rey?, ¿por diferencias culturales entre un rey educado en Francia y una reina de valores castellanos?, ¿para acompañar a su hermano Juan I en su enfermedad que le llevó a la tumba?.

En 1390 muere Juan I de Castilla hermano de la reina Leonor de Navarra, quien no vuelve entonces a Navarra. El heredero, su sobrino Enrique III, tiene poco más de 10 años y se precisa una regencia. Ya antes los partidos nobiliarios habían empezado a luchar por captar la influencia en torno al nuevo soberano y a su Consejo. Existía una pugna entre la primera nobleza - ahora los parientes del Rey - y la segunda nobleza. Es entonces, poco después de la muerte de su suegro el rey Carlos II en 1387 - según algunos historiadores -, cuando la reina Leonor - deja a su esposo y parte de manera insólita con sus hijas a Valladolid. Quizá no fué la desavenencia conyugal la razón - o la única razón - de esta salida, sino el deseo de Leonor de apoyar y estar cerca de su sobrino Enrique III con idea de jugar un papel importante en el reino de Castilla.

El Consejo de Regencia castellano estuvo formado por 8 nobles, 6 de la baja nobleza y 2 de la alta, siendo el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, el que tomó el gobierno inicialmente. Este Consejo anticipa la mayoría de edad de Enrique III a los 14 años en 1393, pero fallece pronto en 1406. También debió de ser insólito cuando Enrique III cansado de las intrigas de su tía Leonor la encerró - una reina de Navarra - en un cierto momento en el convento de Santa Clara de Tordesillas. Juan II sucede a su padre Enrique III en 1406 y reinará largamente hasta el año 1454. Juan II tenía solamente un año de edad a la muerte de su padre Enrique III y la prolongada minoría de este rey sería asumida por su tío el infante Fernando de Antequera, el futuro Fernando I de Aragón.

La reina Leonor no estuvo presente en 1390 en la coronación de Carlos III. Hubo que preparar otra ceremonia de coronación para ella en 1408, como era costumbre en Francia, en donde las reinas se coronaban normalmente, aunque no siempre, algo más tarde que los reyes. Una reconciliación ocurre en 1394, año en que parece se sometió Carlos III a un juramento que se dice fue humillante. La Reina se reintegra a Navarra probablemente en el año 1395, acompañada por su sobrino Enrique III de 16 años de edad hasta Alfaro. Carlos III estaba entonces esperándo a la Reina en Tudela.

Su quinta hija Isabel nace en julio de 1396. Vendrán luego los tres hijos que morirán el mismo año, en 1402, Carlos, Luis y Margarita. La reina Leonor muere el 5 de marzo de 1416.

De los nueve hijos que tuvo la reina Leonor solamente cuatro de ellos entraron en alianzas matrimoniales. Cinco hijos habían muerto de corta edad.

Con Juana la primogénita, Carlos III busca una alianza con sus vecinos pirenaicos, por el futuro conde de Foix y Béarn, que acaricia la idea de convertirse en rey consorte de Navarra. Fallecida Juana en 1413, su hermana Blanca detenta los derechos sucesorios. En ese año es ya viuda (desde 1409) del rey de Sicilia Martín “el Joven” y pronto volverá de la isla mediterránea en donde hubo de asumir la regencia del reino. Su temprana viudez frustró a Carlos III en su plan de haber convertirdo a su hija en reina de Aragón. La ocasión de crear una alianza con Aragón vendrá dada por el segundo matrimonio de la infanta Blanca con el castellano - ahora infante de Aragón - Juan, segundo hijo de Fernando de Antequera que había tomado la corona del reino de Aragón.

La infanta Beatriz había casado con Jacques de Bourbon-La Marche (1370-1438) que por su padre Jean (1344-1393) debía heredar el condado de La Marche y por su madre Catherine de Vendôme (+ 1412 viuda desde 1393) los condados de Vendôme y de Castres.

La infanta Isabel había casado con Jean de Armagnac y ello debió de ocurrir por razón de los contactos y arbitrage que el Rey llevó durante la guerra de los “armagnacs y los borgoñones” como se ha explicado más arriba.

 El rey Carlos III había evitado una alianza con la Casa de Francia en la cual mantenía muy próximos lazos de sangre.

Además de las alianzas matrimoniales, también había que dotar a la nobleza nativa del adecuado rango y prestigio. En primer lugar el Principado de Viana (20 de enero 1423) que se crea reuniendo un vasto conglomerado de rentas para su futuro heredero, su nieto el príncipe Carlos, hijo de Blanca y del infante Juan de Aragón. Este título debía emular los ya existentes en otros países europeos para los herederos de la corona: el Principado de Gales (1283) (8), Delfín de Francia (1346) (11), Príncipe de Gerona (1414) (9) y Príncipe de Asturias (1388) (10).

Hay una creciente dotación económica de la nobleza. Se crean nuevas dignidades y categorías (condes, vizcondes, barones, mariscales, condestables), embajadas, cortejo regio. Quien mandaba de hecho en Navarra eran el Alférez, que luego pasa a llamarse el Condestable, y el Mariscal. Como en todo reino ibérico, el Alférez se encuentra siempre a la cabeza de las tropas del reino, un oficial que debe ser la expresión de la nobleza del país, siendo quien lleve el estandarte. Es también quien tiende a ocuparse de los tratados de paz. Para elevar de categoría a los bastardos de la Casa Real, multiplicados sobre todo a partir de Carlos II y III, se echó mano de los feudos. Fué Carlos II quien primero los crea haciéndolos perpétuos y hereditarios; feudos que en opinión de Yanguas y Miranda vendrían con el tiempo a ser los instrumentos principales de una guerra civil que acabaría con la monarquía.

 

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